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Historias de Tornería

Actualizado: 30 ene


En este modesto taller donde imparto clases de tornería, colaboramos espontáneamente en la creación de un diario de experiencias, algunas llenas de curiosidades. Este acto va más allá de la simple enseñanza; se convierte en un reflejo humano de nuestra sociedad y la realidad que nos rodea. Comprender diversas verdades, forjar conexiones y narrar historias que se convierten en anécdotas perdurables, aunque sean solo unas pocas, resulta esencial e inevitable.


Una de estas anécdotas refleja en parte lo equivocados que podríamos estar al planear alguna forma de enseñar o transmitir ciertos oficios y procesos específicos. A menudo nos centramos más en nuestras propias urgencias personales, olvidándonos de para quién dirigimos esta actividad.



En mis clases de tornería, inicialmente atravesé una fase de investigación y prueba con alumnos que, de alguna manera, pudieron considerarse "conejillos de indias". Esto con el objetivo de adaptar o crear un método apropiado. Opté por centrar la enseñanza en lo práctico por elección personal debido a la buena respuesta de los alumnos. Después de aproximadamente un año, en 2018, decidí incorporar aspectos Teóricos al inicio de cada clase nocturna, inspirándome en comentarios y sugerencias de personas vinculadas con la madera. Esta introducción teórica buscaba evitar limitarse únicamente a lo práctico, informando principalmente "sobre libros" y explorando superficialmente técnicas que destacan diferentes métodos en tornería.


Curiosamente, los asistentes de edad avanzada, que sorprendentemente eran numerosos, resultaron ser una de las mejores fuentes de aprendizaje y lecciones. Durante estas clases con introducción técnica, también noté que las personas mayores no estaban conectando; incluso preguntaban por la duración de la presentacion. Un entusiasta caballero de edad avanzada expresó su descontento con la introducción forzada, mencionando una experiencia previa en un curso de carpintería donde había perdido mucho tiempo escuchando hablar sobre libros y asuntos complejos que sinceramente no le interesaban. Aunque esta reacción podría desalentar inicialmente al instructor, la consideré como una opinión muy válida y respetable. Después de algunas risas, alivié su monotonía invitándolo a preguntar lo que quisiera mientras saboreaba su café y galletas, y yo concluía la introducción para el resto de los alumnos "ya despiertos". Reconocí la validez de sus puntos y confieso que me hizo reflexionar.


Unas semanas más tarde, otro alumno, un señor de 83 años que asistió con su hija, cuestionó amablemente la introducción teórica expresando: "Tengo 83 años, ¿usted cree que me queda tiempo para leer tres libros antes de comenzar a tornear en casa? Yo quisiera tornear ahora". Argumentos tan simples, provenientes de la experiencia que muchas veces desvalorizamos y, llegado el momento, nos culpamos por desatenderla, me convencieron sin ser una mera casualidad.


Después de organizar los libros de tornería sobre el mesón, decidí abandonar la dinámica de introducción teórica después de solo un mes, regresar al procedimiento práctico y ponernos a tornear después de disfrutar de un cafecito con galletas.


Dedicado a mi padre


Alejandro Perez

Tornero en shakutaller

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